Perfect Blue: Cuerpo, identidad e imagen en la era digital
- Nuria González
- 6 dic 2020
- 8 Min. de lectura
El nuevo milenio nos prometió una realidad distinta. Específicamente, un complejo universo de información creado y desarrollado en su totalidad por el ser humano. La proliferación del Internet proponía una nueva comprensión de nosotrxs mismxs y del mundo que nos rodea. Esa misma promesa nos sedujo con la idea de una humanidad conectada a pesar de las distancias físicas y culturales que la dividían. Crecimos con la esperanza de la democratización de las voces y del acceso a esas representaciones que por mucho tiempo nos fueron negadas. Los sueños en los 90 eran dulces y sencillos, nuestra actualidad luce mucho más complicada y contradictoria. La ilusión de un estado continuo de conexión también justifica el ojo vigilante sobre toda nuestra información. El acceso democrático a espacios de expresión suele ser frenado por la segmentación digital crónica —las barreras ya no son tangibles ni visibles. Las jerarquías nunca desaparecieron, la tecnología no perdió su potencial para apremiar la violencia. La promesa se cumplió, simplemente olvidamos cuestionarnos sobre el suelo donde estamos paradxs.
Perfect Blue, la primera película del renombrado director japonés Satoshi Kon, nunca estuvo de acuerdo con el futuro prometido. Su sorprendente estreno en 1996 no limitó su capacidad para relacionar las nuevas tecnologías con el hambre inagotable del capitalismo y el patriarcado. En el centro del filme se encuentra Mima, la estrella del cautivador grupo de pop juvenil CHAN. Mima, o mejor dicho una representación mediática de Mima, suele ser reducida socialmente a un objeto de atención para el ojo masculino, ya sean los lentes de las cámaras que la rodean o los fans que atienden obsesivamente a cada uno de sus conciertos. A pesar del capital generado a partir de su relativo éxito musical, su agencia evita el estancamiento de su carrera al empujarla fuera de la música y directo a la actuación en televisión. La incomodidad e inconformidad de Mima con el cambio de profesión pasan apresuradamente a segundo plano, cuando los indicios de una posible amenaza fanática se acumulan. Además de recibir advertencias violentas, Mima descubre Mima’s Room, un blog que publica cada una de sus acciones y pensamientos. Mientras Mima lidia con su sangriento rol en una serie criminal, Mima’s Room busca reproducir la identidad “verdadera” de Mima como estrella de pop. Gradualmente, Mima invierte toda su energía emocional en este conflicto tan intrínseco y en el violento comportamiento de un sospechoso observador anónimo. Dos identidades dispuestas al consumo masculino comienzan a sofocar a Mima —de pronto ya no es capaz de distanciarse del sentido que los demás buscan otorgarle a su vida.
Todo comienza con el cuerpo de Mima y las cuidadosas decisiones formales que permiten a la cámara apropiarse de ella. A veces la observamos a la distancia, espiamos su intimidad en una ventana lejana o asumimos explícitamente el rol del silencioso observador anónimo. Tanto en espacios públicos como privados, nuestra mirada inspira un deseo de posesión. La insaciable ambición de control incrementa cuando Kon fragmenta con la cámara el cuerpo de Mima. El uso de close ups y tight shots enfatiza la objetificación y deshumanización de Mima. Puede tratarse de una escena de abuso sexual recreada para el programa de televisión o una sesión de fotos con estándares engañosos de consentimiento, incluso de su propio show juvenil con CHAN. Con estos encuadres, Perfect Blue nos obliga a participar en la absoluta deformación y sexualización de Mima.
Aprovechando los recursos de la animación, el director japonés adapta el espacio y el tiempo dentro del filme con el propósito de cuestionar la identidad de Mima. La libre recreación de la realidad se incorpora sutilmente a la narrativa en el formato de un leitmotiv. Cualquier superficie plana reflexiva como pantallas o ventanas actúa en distintas ocasiones como símbolo de la estabilidad identitaria de Mima. Al encerrarla con estos objetos en primeros planos, Kon utiliza el reflejo de Mima como personificación de las representaciones que la suplantan incluso ante ella misma. Estos son algunos de los pocos momentos en los que la cámara rompe con la continuidad espacio temporal de la realidad y asume la posición subjetiva de Mima, mientras persigue en sentido literal a esa versión pop infantilizada que retrata su diario digital. De esta forma, Kon contrasta los planos que observan a Mima con encuadres que capturan su experiencia y prolongan los lugares y los momentos. El lenguaje cinematográfico de Kon captura una de nuestras desesperaciones contemporáneas: ¿Cuál es la validez de nuestra realidad individual en la era de la transmisión global de información en esta sociedad patriarcal capitalista?
El montaje presentado en Perfect Blue siembra más terror en las respuestas que posiblemente surgen a partir de esta pregunta. Kon rompe una vez más la continuidad espacio temporal, esta vez con los cortes en acción. El particular estilo de edición, que le debe mucho al cine experimental, yuxtapone inicialmente las dos realidades de Mima. Las escenas comenzaban con la coreografía y las voces de CHAN en el escenario; un parpadeo más tarde encontrábamos a Mima haciendo sus compras en el supermercado. Más tarde, este mismo recurso diluye la identidad de Mima y la dicotomía relativamente estable entre su vida profesional y personal. La violencia perpetrada por su fans no puede distinguirse de la retorcida trama del show en el que actúa Mima, mucho menos del escaso espacio personal que le queda disponible en sus momentos más íntimos. Aunado al recurrente uso del fundido blanco, este estilo de montaje vela por una percepción subjetiva del tiempo que perturba la relación entre las alucinaciones y la realidad.
En un ecosistema plagado de imágenes, Perfect Blue parece retratar experiencias que con el carácter superficial de la era digital suelen ser omitidas con mayor frecuencia. Los medios de comunicación persiguen en docenas a Mima en todos los shows de CHAN. La industria del entretenimiento con producciones cada vez más extensas y accesibles en el mercado amplifica el alcance de la representación —siempre encontramos un grupo simbólico de adolescentes que discute el rol de Mima en la televisión. La adición del Internet complementa los niveles de producción y atención destinados a las imágenes en nuestras vidas. Consecuentemente, la reproducción y difusión de este contenido es vulgarmente abundante. Quizás debamos recordar que producir una imagen implica cierto control y apropiación del sujeto representado. A largo plazo, la imagen puede deformar a Mima y al resto de los grupos más vulnerables. El día de hoy las imágenes tal vez no son suficientes para transmitir determinadas historias.
En ese sentido, Kon conoce el rol de Mima en el contexto al que pertenece(mos). Absolutamente todos los fotógrafos, consumidores y demás miembros de producción que rodean a Mima son hombres. El mundo de Perfect Blue técnicamente es una hipérbole, pero una hipérbole no muy lejana a la realidad. El famoso escritor detrás de Mima’s Room puede ser considerado el parásito estrella de la estructura patriarcal que controla cuerpos y representaciones. Él se apropia de la imagen de Mima y la moldea a sus deseos —la inmunidad de la era digital le permite dar vida a esa versión infantil pop de Mima que protegió por tantos años. Perfect Blue retrata la ausencia de consentimiento en una sociedad capitalista esencialmente dirigida por los deseos masculinos. Mima no tiene palabra sobre su carrera, su imagen en cada pantalla, y gracias a Mima’s Room, tampoco sobre su vida personal. La represión de la voluntad de Mima culmina en el abuso sexual de cada uno de sus distintos niveles de representación.
Perfect Blue es una obra brutalmente impactante y con tanto debate a su alrededor por el alineamiento de la cámara con los deseos de consumo patriarcales. Kon nos empareja con los ojos de los productores y fanáticos dispuestos a beneficiarse del cuerpo de Mima. La empatía que estimula la película entra en conflicto con la simultánea explotación de la identidad de Mima. El director utiliza un lenguaje cinematográfico fundamentado en el consumo de cuerpos para exponer los objetivos de todos los eslabones en esa cadena alimenticia llamada industria del entretenimiento (y tal vez estoy siendo reservada). A pesar de sus intenciones, la ejecución en Perfect Blue trae a la luz los mismos cuestionamientos que Neon Demon ¿Las herramientas del maestro pueden ser utilizadas para subvertir el status quo o simplemente repiten los mismo patrones de represión?
Tomando un poco de distancia con las cuestiones cinematográficas, estoy interesada en trazar una línea más concreta entre Perfect Blue y la humanidad en 2020. Las dinámicas de proyección del deseo y deformación de la identidad presentadas en el filme definitivamente se mantienen vigentes. Una interpretación, quizás un poco indulgente, podría colocarla en el centro de la lucha discursiva que se extiende día con día. Nuestro país parece estar saturado de hombres que creen tener poder sobre los límites de nuestra voz. A pesar de la pertinencia de esta perspectiva sobre la película, mi interés se dirige a una problemática más silenciosa, a otras herramientas de control y abuso que surgen sigilosamente. Mientras experimentaba en Perfect Blue las desbordantes consecuencias de la violencia digital, no podía evitar pensar en una de las nuevas plagas del siglo XXI: los deepfakes.
Producto de las innovaciones tecnológicas en el campo de efectos visuales, los deepfakes recurren a la inteligencia artificial para producir contenido audiovisual con aspecto terroríficamente verídico sobre eventos falsos y sin el consentimiento de los sujetos involucrados. Un complejo procedimiento fundamentado en los principios del deep learning permite intercambiar digitalmente el rostro de dos personas diferentes y manipular la representación de ambas. Los resultados de estos procesos computacionales se apropian del poder verídico que socialmente solemos adjudicar a las imágenes y construyen una nueva realidad. “The more insidious impact of deepfakes, along with other synthetic media and fake news, is to create a zero-trust society, where people cannot, or no longer bother to, distinguish truth from falsehood”, explica Ian Sample (2020) en The Guardian. A través de entradas de texto, Mima's Room arrancó a Mima el poder sobre su identidad; los deepfakes prometen un nivel más extremo de disociación, un desmembramiento mucho más sensorial.
Tal como explicaba previamente, las herramientas tecnológicas no existen en un contexto aislado. Los deepfakes rápidamente se han transformado en un recurso que participa en las jerarquías establecidas en una sociedad capitalista y patriarcal. Cleo Abram (2020) reveló en un reportaje para Vox las verdaderas intenciones de los deepfakes, “(...) the research group Deeptrace found that 96 percent of deepfakes found online are pornographic. Of those videos, virtually all are of women. And virtually all are made without their consent”. En los últimos años, los rostros de celebridades, influencers y, más recientemente, mujeres sin ningún tipo de exposición mediática son reemplazados sistemáticamente en videos pornográficos. Además de esta alarmante estadística y un tratamiento descriptivo de los procesos tecnológicos, ningún medio prominente indaga a profundidad en las implicaciones de los deepfakes en la vida de las mujeres. Estamos viviendo el siguiente paso en la evolución de las prácticas de abuso sobre nuestros cuerpos. Los espacios virtuales son hoy el camino más sencillo para perjudicar la integridad de algunas y satisfacer los deseos de otros.
El abuso estructural propagado por los deepfakes y su escaso estudio con perspectiva de género suponen una ventana para valorar a Perfect Blue como un fenómeno único y probablemente en extinción mientras somos consumidxs por la era digital. Tanto el filme como los deepfakes señalan la prominencia de la performatividad en este contexto mediático. Siempre será más accesible, sencillo y lamentablemente placentero alimentarse de las representaciones digitales. Muchxs de nosotrxs cuestionamos nuestras acciones al interactuar con una pantalla, pero cada vez es más fácil no hacerlo. Gracias a la segmentación, ahora nuestra realidad se centra enteramente en nosotrxs, no hay contacto con otrxs. Hoy es más difícil que nunca catalogar a la realidad material como la “realidad”. El espacio digital nos define tanto como nuestra existencia física y muchxs de nosotrxs no tenemos control en ese mundo.
Tal vez Perfect Blue es una obra especial porque puede ser una de las últimas veces que experimentamos todas las contradicciones que conlleva transicionar a un mundo digital. El filme de Satoshi Kon transgrede nuestras expectativas porque no nos permite consumir a Mima sin antes conocerla. Tenemos contacto con el interior de Mima, con esa realidad que se disuelve paulatinamente como consecuencia del consumismo, el deseo sexual masculino y el capitalismo en la era digital. Nos han plantado en una guerra contra nuestras propias imágenes.
Referencias
● Kon, S. (1996). Perfect Blue [Film]. Japón: Rex Entertainment.
● Abram, C. (2020). The most urgent threat of deepfakes isn’t politics. It’s porn. Retrieved 14 September 2020, from https://www.vox.com/2020/6/8/21284005/urgent-threat-deepfakes-politics-porn-kriste n-bell
● Sample, I. (2020). What are deepfakes – and how can you spot them?. Retrieved 14 September 2020, from https://www.theguardian.com/technology/2020/jan/13/what-are-deepfakes-and-how-c an-you-spot-them
● Eagan, D. (2018). Natasha Braier, ASC, ADF and the “Female Gaze” - The American Society of Cinematographers. Retrieved 14 September 2020, from https://ascmag.com/articles/natasha-braier-asc-adf-and-the-female-gaze#:~:text=The %20screening%20series%20%E2%80%9CThe%20Female,in%20features%2C%20d ocumentaries%20and%20shorts.&text=Two%20entries%20were%20photographed% 20by%20ASC%20member%20Natasha%20Braier.
Comments